29 may 2013

La joya de las siete estrellas

de Bram Stoker

La repercusión de Abraham Stoker en la literatura es enorme; la culpa de ello la tiene su magnánima y mundialmente conocida ‘Drácula’ (1897). Pero más allá de la famosa obra Stoker fue un prolífico escritor: autor de numerosos relatos cortos (algunos de ellos macabros y muy malsanos para la época) escribió también otras novelas, entre ellas la esplendorosa ‘La joya de las siete estrellas’ (1903).

Antes que nada debo prevenir al futuro lector sobre el estilo narrativo de Stoker. Hoy en día su prosa puede ser algo caduca y enrevesada en demasía, pero hay que situar la obra en el contexto adecuado. A principios del s.XX se abusaba de la dramatización, de las extensas descripciones y de los detalles formales (las relaciones de pareja y el enamoramiento nada tenían que ver con la actualidad). Además el concepto que se tenía del terror era otro muy diferente, muchas veces influenciado por la superstición y el desconocimiento de la ciencia. Por todo ello muchos se echarían para atrás nada más comenzar la novela, pero vale la pena profundizar en ella y acabarla, pues su narrativa esconde pasajes bellamente confeccionados y personajes de lo más sugerentes que merecen ser descubiertos.

Así se publicitó la edición
de la novela en NY.
La primera parte de la novela (unas extensas ciento y pico páginas) sirven para situar al lector dentro de la trama. Cierto es que estos folios están llenos de múltiples circunloquios y que ello puede hacer de la lectura una ardua tarea. Bastarían unas pocas páginas para presentarnos a los protagonistas de la historia: el señor Trelawny, su hija Margaret y Malcom Ross, un abogado que se ve involucrado en la historia por sus sentimientos hacia la señorita Trelawny. Alrededor de ellos deambulan una serie de personajes que aportan destellos y que resultan atractivos (como el señor Corbeck, una especie de Indiana Jones de la época) y otros que acaban desapareciendo sin aportar absolutamente nada a la historia (sirva de ejemplo el famoso doctor James Frere, a quien se nos presenta pomposamente para abandonar posteriormente la trama por una puerta trasera). Son comunes también en este tramo del relato multitud de diatribas científico-filosóficas que pueden lastrar en exceso el relato y hacerlo tedioso.

La aparición de la reina Tera, auténtica protagonista de la novela, misteriosa, sensual y llena de claroscuros, pone el punto de inflexión al libro. La acción se traslada entonces a Egipto a través de un ‘flashback’. La luminosidad de estos pasajes sirve de bálsamo para el relato. La profusión de detalles de los paisajes del desierto, la descripción de la tumba de Tera, los hechos terroríficos allí acontecidos,... todo ello proporciona una nueva dimensión a la novela. Entran aquí en juego fuerzas misteriosas que no sucumben al tiempo ni al progreso y que la ciencia apenas es capaz de explicar. Desde más allá de las estrellas llegará un meteoro de cuyo corazón se extraerá un brillante amuleto; este será la clave para que la reina pueda perdurar en la oscura eternidad de su sarcófago.

Los avispados productores de la Hammer supieron ver el potencial de la historia
y la llevaron a cabo con su peculiar estilo en 'Blood from the Mummy's Tomb'.

Ya de vuelta a Europa, Stoker introducirá en el relato el elemento victoriano en forma de solitaria mansión junto al mar. Será en este aislado refugio, anclado en los escarpados acantilados, donde nuestro grupo de protagonistas se reunirá para llevar a cabo el experimento final. En estas páginas se desencadenarán por fin los acontecimientos, liberando fuerzas ocultas del más allá que provocarán aciagas y macabras consecuencias.

Sería injusto no incluir esta
visión bizarra de Tera.
En la excelente edición que nos presenta Siruela tenemos la suerte de disponer del final original de la novela, aquel que Stoker ideó como colofón y que pasó al ostracismo en posteriores ediciones, así como de un desenlace revisado más ‘apto para la época’ (y más insulso, por qué negarlo) realizado en 1912. La publicación del final alternativo fue posterior a la muerte de Stoker, por lo que las dudas sobre la autoría del mismo permanecen aún en la sombra (se barajan las opciones del propio Stoker, de su esposa Florence e incluso de su propio editor con el consentimiento de la viuda).

Más allá de las elucubraciones, lo cierto es que la novela aquí presente es una obra majestuosa. Dejando de lado su pomposa factura (en consonancia con la época en que fue escrita) y algunos pasajes extremadamente largos e insustanciales, nos encontramos ante una obra con un potencial extraordinario. La trama aquí relatada es inmensa, repleta de misterio, mitología y sucesos paranormales, con un poder visual y una atmósfera cautivadoras. Más allá de disfrutar su indispensable ‘Drácula’ recomiendo encarecidamente descubrir este otro clásico del terror victoriano, menos conocido pero no por ello menos valioso.

8,5/10

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